domingo, 18 de septiembre de 2011













PLATERO y JUAN RAMÓN JIMÉNEZ



Hoy me he encontrado casi de casualidad con Platero y Yo, de Juan Ramón Jiménez.
Lo conocía desde mi adolescencia, pero a esa edad uno cree que puede cambiar el mundo y no presta demasiada importancia a títulos que hacen mención a un burro, y para mi edad, el libro no sólo era algo del pasado, sino que, además lo imponían desde la escuela, desde la clase de castellano durante los primeros años del secundario.
Qué grueso error, y cuánto lamento no haberlo leído en su totalidad por aquella época en que perseguía películas tontas, de guerra, monstruos o marcianos, en la incipiente televisión de los años sesenta o en el cine de los domingos.
Hoy, al leer “Platero y Yo” detenidamente, y cotejarlo con la burda realidad de estos tiempos, parece obra de seres ideales, más bien, emergidos de un cuento.
En “Gorriones”, “El Alba” o “Idilios de Abril”, entre otros capítulos, encuentra uno páginas memorables, llenas de bondad recíproca entre el autor y el burrito platero. La mínima lectura desborda en mensajes cargados de ética, con derroches de ternura y pinceladas de belleza; entre amaneceres, colinas, rayos de sol, flores silvestres y personajes diversos, pocas veces manifestados por la literatura universal.
Además, cuantas similitudes de nuestros campos pasados con la campiña española, de las tierras serranas del sur, donde se cuentan vividas las aventuras y desventuras de Platero. Más precisamente en Moguer, en la cercanías de Huelva,  región de Andalucía.
No es extraño que su autor, Juan Ramón Jiménez, haya tenido que exiliarse durante la España de Franco. Nunca la derecha política es formada por seres sensibles con la naturaleza, con los animales. Por lo general son seres inmorales con los mismos y una marcada voracidad por acumular dinero y bienes materiales. Egoístas, y de escasa sensibilidad por el bien común y el respeto por sus semejantes. Lo que afirmo como tesis, los seres de bien jamás podrán apoyar a la derecha fascista, asiento de la desigualdad, los privilegios,  el interés propio desmedido y la competencia deshumanizada intrínseca en el capitalismo liberal.
 Qué error creer que los adelantados españoles fueron modelos, modelos de malvados, que conquistaron a sangre y fuego el nuevo mundo y paradójicamente, llevaban la cruz o lo hacían en nombre de cristo. He aquí un verdadero adelantado con mayúscula, Juan Ramón Jiménez. El amor por su burrito, por la naturaleza, por lo ético,  y que rastrero el gobierno de franco que lo echó al exilio
Releer a Platero, es volver al pasado en todo sentido, cuando todo era manual, natural, sencillo.
Escrito en 1914 con forma de narrativa poética.
Juan Ramón Jiménez, falleció en Puerto Rico-CA-en el año 1958, después de escribir más de 20 libros de bellísima poesía.

EL ALBA
En las lentas madrugadas de invierno, cuando los gallos alertas ven las primeras rozas del alba y las saludan galantes, Platero, harto de dormir, rebuzna largamente.¡Cuán dulce su lejano despertar en la luz celeste que entra por las rendijas de la alcoba!
Yo, deseoso también del día, pienso en el sol desde mi lecho mullido. Y pienso en lo que habría sido del pobre Platero si en vez de caer en mis manos de poeta, hubiese caído en las de uno de esos carboneros que van, todavía de noche, por la dura escarcha de los caminos solitarios, a robar los pinos de los montes, o en las de uno de esos gitanos astrosos que pintan los burros y les dan arsénico, y le ponen alfileres en las orejas para que no se les caigan.
Platero rebuzna de nuevo. ¿Sabrá que pienso en él?. ¿Qué me importa?
En la ternura del amanecer, su recuerdo me es grato como el alma misma. Y, gracias a Dios, él tiene una cuadra tibia y blanda como una cuna, amable como mi pensamiento.



Capítulo veintinueve

Idilio de abril

Los niños han ido con Platero al arroyo o de los chopos, y
ahora lo traen trotando, entre juegos sin razón y risas
desproporcionadas, todo cargado de flores amarillas. Allá abajo
les ha llovido —aquella nube fugaz que veló el prado verde con
sus hilos de oro y plata, en los que tembló, como en una lira de
llanto, el arco iris—. Y sobre la empapada lana del asnucho, las
campanillas mojadas gotean todavía.
¡Idilio fresco, alegre, sentimental! ¡Hasta el rebuzno de
Platero se hace tierno bajo la dulce carga llovida! De cuando en
cuando vuelve la cabeza y arranca las flores a que su bocota
alcanza. Las campanillas, níveas y gualdas, le cuelgan, un
momento, entre el blanco babear verdoso y luego se le van a la
barrigota cinchada. ¡Quién, como tú, Platero, pudiera comer
flores..., y que no le hicieran daño!
¡Tarde equívoca de abril!... Los ojos brillantes y vivos de
Platero copian toda la hora del sol y lluvia, en cuyo ocaso,
sobre el campo de San Juan, se ve llover, deshilachada, otra nube
rosa.

 
Capítulo sesenta y tres

Gorriones

A mañana de Santiago está nublada de blanco y gris,
como guardada en algodón. Todos se han ido a misa. Nos
hemos quedado en el jardín los gorriones, Platero y yo.
¡Los gorriones! Bajo las redondas nubes, que, aveces,
llueven unas gotas finas, ¡cómo entran y salen en la
enredadera, cómo chillan, cómo se cogen de los picos! Este
cae sobre una rama, se va y la deja temblando; el otro se bebe
un poquito de cielo en un charquillo del brocal del pozo; aquél
ha saltado al tejadillo del alpende, lleno de flores casi secas, que
el día pardo aviva.
¡Benditos pájaros, sin fiesta fija! Con la libre monotonía de
lo nativo, de lo verdadero, nada, a no ser una dicha vaga, les
dicen a ellos las campanas. Contentos, sin fatales obligaciones,
sin esos olimpos ni esos avernos que extasian o que
amedrantan a los pobres hombres esclavos, sin más moral que
la suya ni más Dios que lo azul, son mis hermanos, mis dulces
hermanos.
Viajan sin dinero y sin maletas: mudan de casa cuando se
les antoja; presumen un arroyo, presienten una fronda, y so
tienen que abrir sus alas para conseguir la felicidad; no saben de
lunes ni de sábados; se bañan en todas partes, a cada momento;
aman el amor sin nombre, la amada universal.
Y cuando las gentes ¡las pobres gentes!, se van a misa
los domingos, cerrando las puertas, ellos, en un alegre ejemplo
de amor sin rito, se vienen de pronto, con su algarabía fresca y
jovial, al jardín de las casas cerradas, en las que algún poeta,
que ya conocen bien, y algún burrillo tierno—¿te juntas
conmigo?—los contemplan fraternales



Hugo Peyrach-Literatura y Poética-
30 de agosto de 2011-