“VARSOVIA”
El 1º de septiembre de 1939, en horas de la madrugada, el ejército más poderoso del planeta, por entonces, invade Polonia, aniquilando al ejército polaco de tres millones de hombres, en apenas semanas. Una nueva táctica militar se acababa de estrenar en los campos de aquel país europeo. En principio, un devastador ataque desde el cielo y luego, tanques(Panzer), que aún hoy serían letales al enfrentar cualquier ejército. La táctica consistía en penetrar profundamente por ambos flancos, lejos, de donde se situaba el enemigo y sobrepasarlo, a veces despiadadamente, para luego por detrás de las líneas, cerrarse a modo de pinza y atacar por la retaguardia, mientras que el ejercito defensor(Polaco) más lento, es cercado y atacado simultáneamente por unidades motorizadas, embolsándolos, para luego aniquilarlo sin contemplación con cañones y morteros, para, por último, barrerlos con la infantería. A semejante maniobra militar se la llamó “Guerra Relámpago”, rapidez, más potencia militar.
Los alemanes perdieron en la operación unos 20.000 hombres, pero los polacos aún hoy no se sabe cuantos sumaron sus víctimas, entre civiles y militares; pero seguramente fueron centenares de miles. Cuenta Guderian, unos de los principales generales que comandó las fuerzas acorazadas atacantes, que el 5 de septiembre Hitler llegó inesperadamente al lugar de operaciones, y lo invito a recorrer el frente de penetración, al llegar a Braudenz, sobre el río Vístula, Hitler observó los puentes totalmente destruidos, y ordenó detener la marcha, entonces, vio un cuerpo de artillería aniquilado, preguntándome ¿fueron nuestros aviones que hicieron tamaño desastre?
-No, le contesté, fueron nuestros tanques. Hitler, entonces, quedó estupefacto.
El 9 de septiembre, los tanques alemanes llegaron a Varsovia, la capital Polaca, y aunque encontraron una resistencia encarnizada, la misma fue inútil.
El 17 de Septiembre, Rusia, aliada de Alemania por entonces, ataca Polonia por el este.
El 21; 1.150 aviones alemanes bombardean Varsovia. El 27, la ciudad se rindió.
El 6 de Octubre, Polonia estaba bajo control alemán.
En el otoño del año siguiente, los alemanes cercaron y tapialaron el barrio Judío, obligando a miles de ellos, sin casas, ni parentesco a vivir en el sin poder salir de su perímetro.(Guetto)
Más de 440.000 judíos vivían allí su propio infierno en la tierra, sin saber que realmente le deparaba el futuro cercano y de saberlo, buena parte de ellos, no lo hubiera creído.
Allí una pareja, tres hijas mujeres y tres hijos varones, sobrevivían a las atrocidades de los desesperados, cayendo a los más bajos designios; hostigados por los SS y sobre todo, por la cruel policía formada por su misma gente.
Uno de los niños que sobrevivió hasta el final de esta historia se llamaba Moisés y ésta es su historia real, recreada, con la información disponible después de más de 60 años de haber ocurrido los hechos.
Al parecer Moisés y sus hermanos, escapaban del “guetto” a efectos de buscar algo de comer en la basura de la ciudad, que llevaban al recinto para compartir con sus padres y hermanos, algo de pan duro o restos de hortalizas y huesos, para agregar a la sopa que les preparaba su madre. Una noche, dos de sus hermanos mayores fueron aprendidos por la policía nazi y nunca más se supo de ellos, una de sus hermanas murió de tifus y hasta el mismo Moisés lo tuvo pero los cuidados de su madre lo habían liberado del mal.
En agosto de 1941, una pequeña estación ferroviaria olvidada, cercana al nudo Varsovia-Bialystok, de nombre “Treblinka”, en una zona llana y húmeda con bosquecillos de abetos, pocos kilómetros al nordeste de la Capital, se levantó el célebre campo de exterminio nazi, al cual irían a parar los judíos de Varsovia y sus alrededores.
En Julio del 42, las Cámaras de Gas de Treblinka, estaban listas para recibir los cargamentos humanos. Los primeros veinte vagones de Judíos Polacos, llegó el 24 de Julio por la mañana, era un bonito día de verano y el tren después de apartarse de la vía principal, entró despacio al Campo.
Eran 100 personas por vagón, lo que daría un número de 2000 prisioneros para el primer viaje a la muerte.
Entre gritos y golpes el cargamento se apeaba. Los hombres eran separados de las mujeres y de los niños, éstos últimos y sus madres iban inmediatamente a las duchas, donde eran desnudados y encerrados en grandes cuartos de cemento, inmediatamente, un gas clorado los mataba en sólo cinco minutos. De la desesperación, morían pisoteados unos a otros en medio de un griterío infernal. Luego, grupos de prisioneros generalmente Ucranianos vaciaban la cámara, quitándole previamente dientes de oro, si es que alguien tenía algunos, luego a las fosas previamente abiertas por los prisioneros; si el campo no tenía crematorio, de lo contrario, eran las cenizas las que se acumulaban en montones cercanos al mismo, tanto para rellenar lugares bajos o anegadizos.
Los hombres, en caso de estar en buenas condiciones físicas eran utilizados como mano de obra esclava.
Sólo había en aquel lugar, tres clases de humanos; los amos, los guardias ucranianos (semi esclavos) y los esclavos; judíos.
Aquí, ni el pasado, ni el presente, ni el tiempo como lo conocemos existía, sólo era día y noche. Habían olvidado el rezo y obedecían cualquier orden por más increíble que fuera, siempre y cuando pudieran coordinarla en sus atormentadas mentes.
Todas las pertenencias, se confiscaban, clasificaban y se enviaban a Alemania.
Entre el 22 de julio y el 3 de octubre de 1942; 300.000 judíos del guetto de Varsovia fueron deportados hacia los campos de la muerte, un ochenta por ciento fue a Treblinka y el resto a otros campos cercanos. Es posible que toda la familia de Moisés, haya ido a parar a Treblinka; pero Moisés tuvo un poco más de suerte, y al parecer una familia Polaca lo ocultó en su domicilio, en algún lugar cercano al guetto y allí vivió hasta que la Ciudad decidió sublevarse; cuando pudo organizar un insipiente ejército nacional de unos 38.000 hombres y mujeres, momento en que los Rusos se aproximaban al río Vístula; era agosto de 1943.
Tal situación se vivió esos días y ante la creencia de que los rusos ayudarían, cosa que no ocurrió, en casi los 60 días que polacos y alemanes se enfrentaron, y que terminó con el aniquilamiento de más de 150.000 polacos. Otros, debido a una gestión de la cruz roja pudieron retirarse de la ciudad, pero un buen número de ellos, entre otros, nuestro Moisés, fueron a parar a el tenebroso Campo de exterminio “modelo” de Auschwitz, en las proximidades de Cracovia´. Allí le tatuaron el antebrazo izquierdo con el número de prisionero y debido a la presión que ejercían las tropas rusas llegando a las próximidades, pudo salvarse de las cámaras de gas y los hornos crematorios, que habían terminado con sus padres y hermanos; y, que aquí devoraban hasta 12.000 prisioneros por día. (exterminio a escala industrial).
Ensañados, y con órdenes de no dejar prisionero vivo, los nazis lo embarcaron en “coches jaulas” con destino al campo de Dachau, al norte de Alemania. El transporte había durado 30 días, en los que no se los alimentó ni dio bebida alguna. Moisés, sobrevivió una vez más debajo de los cadáveres de sus compañeros, era Abril de 1945 y el Campo de Dachau, ya había sido liberado por el ejército americano, quien lo envío de inmediato al hospital que habían constituido donde estaba la enfermería de los SS.
El pequeño Moisés, ponía de manifiesto una fuerza única para sobrevivir, por lo que todo el personal del hospital puso empeño por sacarlo adelante, pero a pesar de los cuidados la vida del pequeño judío iba apagándose lentamente. Durante las noches deliraba, llamando a su mamá reiteradamente, el sólo escucharlo rompía el corazón de las enfermeras y de otros enfermos en camas adyacentes; cantaba en su agonía sus días en la escuela, la fiesta del “purín”, los pasteles que le hacía su madre, hablaba del “guetto”, de los ataques aéreos, de las bombas. Imitaba el tableteo de la ametralladoras y los gritos de las SS.
Mil veces, mamá, mamá, mamá, desgarraba el alma de los vecinos, que no podían dormir. Una de las enfermeras, intentaba calmarle diciéndole que ella era la madre a quién llamaba. Pero no tuvo consuelo. Otra noche, gritaba, hambre; tren, hambre, tren.
Al amanecer dejaba de gritar y de vez en cuando pronunciaba una palabra en calma, extenuado; hambre....
La última noche, una enfermera le colocó un termómetro en la boca; unos segundos más tarde se oyó cómo el cristal del termómetro se rompía, imaginando en su sueño, comida. Moisés, en su delirio, siguió masticando.
Los vidrios al parecer produjeron una gran hemorragia en el estómago, la sangre emanaba de su boca. Trozos de vidrios quedaron atascados en sus dientes.
Moisés, había hecho un paro respiratorio y cardíaco, y su vida, por último, se liberó de tanta infamia y opresión de los hombres, tal vez, más cultos del planeta.
El médico americano que llegó casi corriendo a la sala, trató en vano de reanimarlo, entonces, tomó los instrumentos y medicamentos que llevaba en socorro y los arrojo, violentamente, contra al suelo.
HUGO PEYRACHIA.
16 de Octubre de 2006
“INFAMIAS”