jueves, 8 de diciembre de 2011



 “RECORDANDO VERANOS”


 

Los veranos significaban, al menos para mí, las vacaciones escolares y los meses, quizás, más deseados; de  soles plenos, verdes intensos, mañanas frescas y tórridas tardes.

Esas mañanas frescas y luminosas de cielo celeste que nunca olvidé.
El canto de los pájaros, madrugadores y bullangueros,  en aquellos lejanos días de noviembre de la escuela primaria cuando las calles se llenaban de mariposas en vuelo, millones de ellas, formando verdaderos ríos de amarillos, naranjas intensos, celestes y blancos. Corríamos detrás de ellas para cazarlas y colocarlas en frascos de vidrios.
Eran los años finales de la década del sesenta,  durante los setenta fueron desapareciendo; hoy son casi inexistentes.
 Cómo olvidar aquellas tardes calurosas que se iniciaban con la  clásica siesta de campo, silenciosas, sólo alteradas por alguna  tormenta del sur de gruesas nubes negras, que  en minutos ocluían el sol hasta convertirlas  en súbita noche. Luego, el viento  intenso levantaba nubes de polvo  y a continuación, la lluvia torrencial, entre fulgurantes relámpagos y estridentes truenos. Tormentas cortas y abundantes, de verano, que solían concluir con un radiante  arco iris al noreste.
 Cómo olvidar los viajes en bicicleta por los alrededores o hasta los trigales de Hernández; más los esporádicos baños en algún estanque cercano y la observación atenta de alguna pareja de pecho colorados  en el cielo, emitiendo su característico canto.
 Cómo olvidar las chicharras violinistas en los atardeceres y las luciérnagas, intermitentes, en los nocturnos baldíos.
 Mis visitas al foco de la esquina en busca de insectos, o a reunirme con amigos  y hablar macanas; como decía mi padre.
Cómo olvidar, el aroma de los espirales de las noches veraniegas; calurosas y serenas.
En diciembre, las Pléyades(siete cabritos) en el cielo norte anunciaban la llegada de la navidad. De los días del pan dulce casero, de las fiestas familiares, de las cañitas voladoras y la música improvisada por los acordeones en la lejanía de los amaneceres.
La constelación de Orión o Tres Marías, era testigo de todo lo que ocurría aquí abajo en aquellos veranos de trigales dorados y maizales en flor.
Luego, llegaba el año nuevo: cohetes, comidas, bebidas y bailes se repetían  hasta la madrugada del nuevo día.
En enero, los Reyes Magos daban por concluidas, regalos de por medio, las fiestas tradicionales.
Poco antes del comienzo del nuevo ciclo escolar, estallaba la “Fiesta Nacional  del Trigo”, cuando aún no era un negocio y duraba la semana completa, y a la que asistía con amigos cada una de las noches; ropa nueva, zapatos nuevos, siempre alguna moda se imponía en aquellos veranos. Las primeras salidas y el interés por las primeras chicas.
Llegado marzo, el otoño hacía su presentación. La temperatura descendía notablemente, aparecían las lloviznas y el retorno a la escuela era inminente.
El aroma a los cuadernos, a los lápices  y un nuevo ciclo comenzaba, señal que el “Verano”, lamentablemente, había llegado a su fin.

Hugo Peyrach.
“Poética”.
Leones,11 de Enero de 2008.