
“EL CUENTO DEL TERRUÑO”
Hace más de cien años arribaba a Buenos Aires un vapor de bandera Italiana, a bordo, junto a tantos otros, venía Don Carlín, a trabajar la tierra prometida. Dejaba atrás, una pequeña localidad del norte de Italia, rocosa, de suelos pedregosos y una vida, hasta entonces, de mucho trabajo y miseria.
A los veinte años no es tan difícil decidirse por un aventura de estas características, y mucho menos si uno por desconocimiento y falta de instrucción, se lleva por lo que la propaganda, adrede, argumenta y aún más, si deciden financiarles los gastos del viaje.
No obstante, aún así resulta un salto al vacío; un quiebre a la normalidad, pero también una oportunidad, que jamás se repetirá.
Carlín, luchó, y sobre todo trabajó con ahínco de sol a sol durante años, para adquirir algunas cuadras propias de buena tierra.
Pero un día, cuando ya había logrado hacer realidad algunos de sus sueños, la historia terminó y entre otras cosas, quedaron en el recuerdo unas pocas palabras que él transmitió como un cuento y que solía relatarles a sus hijos y nietos. Un trozo de su espacio tiempo.
El cuento, que más que ello es un relato, contaba cómo había levantado la casa de piedras donde vivía su familia al pie del monte, en la Italia del Norte, zona de los bellísimos Alpes Italianos, donde no existe el horizonte rectilíneo, un lugar, que el abuelo antes de llegar no podía ni siquiera imaginar. Una superficie tan vasta, plana, sin plantas y sin piedras. La pampa argentina. Luego, desde el barco, dio con el horizonte, que no era más que una línea en la lejanía, y alguien de la tripulación les señaló que a dónde ustedes van , es la misma cosa, solamente que en lugar de mar hay tierra, hasta el fin del mismo.
La historia contaba como durante meses acarreó piedras en un carro tirado por burros, yendo y viniendo al río cercano en busca de las mismas que sólo el agua de río puede formar. Pero actas para levantar muros, intercalándolas con argamasa de cal y arena que abundaban en la región. Su padre y unos amigos vecinos la levantaron, piedra a piedra..
Después de acarrear carros tras carros, y de trabajar meses en la construcción de la misma, un día quedó terminada. Esa misma noche un sismo de regular magnitud dejó la mayoría de las piedras nuevamente como si estuvieran en el lecho que las formó, ya que los sismos eran frecuentes en el lugar, desbastando más de una vez buena parte de la comunidad.
También les contó, que las huertas eran difíciles de sobrellevar, o no llovía por meses, o el río inundaba la comarca al desbordarse como consecuencia de una gran lluvia en lo alto de la montaña, o, los inviernos la cubrían de nieve. Aquí, es muy distinto, sismos, nunca oí ni percibí uno; las lluvias son abundantes en general y las cosechas vienen bien; hay pastos para los animales, los gobiernos son benévolos si uno no se mete con ellos, los vecinos amigables, el cielo diáfano, los verdes intensos y hasta los años han sido prósperos para la familia. Hemos adquirido tierras para que ustedes progresen, pero voy a decirles algo, se trata del terruño, ese amor al lugar donde uno ha nacido, el lugar que eligió dios, ese olor a la tierra, a sus árboles en otoño, a las flores de primavera o al paisaje nevado. Todavía lo llevo dentro de mi corazón y se me hace un nudo en la garganta cuando pienso que aquí he de quedar para siempre. Es que uno pertenece al lugar donde nació. El amor al terruño, es algo que no puede contarse con palabras y se lo siente aquí, en el pecho, señaló. Esto quería decirles, porque no tengo ninguna otra forma de manifestárselo, que sepan, por más oferta que tengan, por más necesidades, nunca las cosas serán iguales; recuérdenlo, es duro no poder volver al lugar donde uno nació, no poder tocar aquellas antiguas piedras redondas. Cada noche al acostarme, se me aparecen y cada mañana al levantarme me recuerdan de dónde he venido.
Un mañana luminosa, otoñal, el abuelo cerró sus ojos para siempre, y fue inhumado en el cementerio local. Las cosas habían salido bien, desde el plano material, y un lujoso ataúd, ocupó la bóveda de un suntuoso panteón.
Algunos años después, Guillermo, uno de los nietos pudo viajar al Norte de Italia en busca de la casa de piedras de su cuento. Cómo era de esperar, la encontró en un barrio abandonada y las piedras redondas esparcidas por el sitio; recogió algunas de ellas y hoy descansan junto a la tumba del abuelo Carlín.
Pasaron los años, la situación económica del país fue empeorando gradualmente, hasta que en una de las crisis esporádicas Guillermo, cautivado por la Italia industrializada del norte y su doble ciudadanía, decidió emigrar. Hacia allí partió con su pequeña familia un día de invierno. Pasaron los años, y mantener el nivel de vida en Italia es muy costoso, se trabaja para vivir en el confort que impone la tecnología, y nada más, la vida es un círculo de trabajo y consumo.
Pasaron las décadas y a los hijos le sucedieron los nietos. Uno de ellos, Dino, decidió volver a recorrer el espacio tiempo, donde su abuelo había sido criado y contado el cuento del terruño.
Dino, el nieto de Guillermo, viajó a Buenos Aires y desde allí al interior de la provincia de Córdoba, en las Pampas Argentinas. Localizó el espacio; viejos vecinos le marcaron la casona que el tiempo había comenzado a derruir. Dino, el tartaranieto de Don Carlín, tomó del suelo sendos trozos de ladrillos cocidos, que habían pertenecido a la casona, los colocó en una bolsa de nylon y los guardó en un bolso gris. Luego, se marcho en silencio; retornó a Italia y los colocó junto a la tumba de su abuelo Guillermo.. La dimensión espacio, permanecía en su lugar, pero, la dimensión tiempo, había avanzado ciento cincuenta años.
Hugo Peyrachia.
“Poetica”
Diciembre de 2008
No hay comentarios:
Publicar un comentario