viernes, 21 de diciembre de 2012

LA RUTA DEL ELEFANTE



                                                    LA RUTA DEL ELEFANTE
                                                      

Valentín Arriaga, había cumplido recientemente sus ochenta años. La familia  lo había festejado, tanto como pudo. No faltó el clásico plato de mayonesa de aves y asado deshuesado, postre helado y mucho vino, tinto y blanco, de la mejor relación calidad precio que sus hijos habían adquirido en una  conocida cadena de supermercados porteños.
La fiesta terminó. Valentín agradeció a los suyos,  yernos y nueras, por el agasajo y cerca de las una de la madrugada se retiró a su casa, en un barrio más del gran Buenos Aires. Uno de los hijos lo llevó hasta el lugar donde vivía, sólo, pues su esposa y hasta su perro habían desaparecido hacía tiempo. Eran para él cosas del destino que no podían modificarse, predeterminadas. Pero esa noche  dando vueltas en su cama, el acontecimiento acaecido le recordó que había llegado la hora de poner el plan en marcha.
Su memoria, ahora, había comenzado ha fallar en el corto plazo, y aún más en el cortísimo plazo, aunque, se había agigantado hacia el pasado y cada día recordaba y hasta soñaba con aquel lejano lugar que lo había visto nacer en el interior del país, a más de 400 Km. pampa adentro, donde había pasado su infancia y parte de su  entrañable juventud.
El plan, había surgido en la cabeza de Valentín hacía algún tiempo, desde que paso a retiro, o sea, se acogió a la jubilación. Había trabajado en el Ferrocarril allá en su tierra natal, pero su espíritu inquieto y trotamundo lo llevo a pedir traslado  a otras regiones del país y así fue como llegó a  trabajar en varios pueblos de  la provincia de Buenos Aires, y hasta había sido Jefe de Estación en Funes, una localidad al oeste de  Rosario.
Cuando cumpla los ochenta, se dijo,  pondría en marcha el plan que mantenía en secreto desde aquel día en que la sociedad lo declaró improductivo. El deterioro se acentuaba cada año y ya no había espacio para dilaciones.
A la mañana del día siguiente a su cumpleaños, visitó la inmobiliaria donde había adquirido su casa con los ahorros de toda la vida y llenó una solicitud de venta urgente, argumentando que necesitaba el dinero para un tratamiento médico especial y que viviría en la casa de uno de sus hijos. Dejó su teléfono, y sólo indicó que vendan al mejor postor, de contado, pues repitió que necesitaba el dinero con brevedad y se alejó sin más.
La Inmobiliaria, sólo se limitó a poner la oferta junto a otras, y hacer las publicaciones pertinentes. Valentín sabía, y en la inmobiliaria se lo habrían señalado,  la casa era pequeña, de barrio, pero de materiales de calidad y el lugar dentro de todo todavía era relativamente seguro, lo que hacía más fácil la venta, pero le  señalaron que no valía más de 30.000 dólares;  que el operador de la oficina  tradujo a moneda nacional. Algo así  como cien mil pesos; menos los gastos y comisiones  de ley. De tal manera que días después, Valentín, cobraba en ventanilla de un banco nacional  sucursal Once la suma de $97.000,  alojados en un sobre de papel con membrete de la entidad,  y que Valentín introdujo en un pequeño bolso  con rapidez, salió del mismo y paró al primer taxi que pasó enfrente.
Voy a la terminal de ómnibus de la capital, dijo Valentín al chofer que ni siquiera lo miró, y sin decir palabras bajó la bandera del contador y comenzó a recorrer las calles de aquel  lugar tan lejano, en principio, y  que tanto le atraía cuando comenzó siendo guardabarreras en un pueblito de la Pcia. de Córdoba, hacía más de cinco décadas. Fanatizado con Juan D. Perón, decidió mudarse a Buenos  Aires donde todo ocurría; había multitudinarios actos y la abanderada de los humildes atendía.   Al final, pensó, la pelea con la Iglesia, los radicales y los militares desleales a su causa, había terminado, o comenzado. Qué lindos días aquellos, sobre todo si se los recuerda a la distancia; con nostalgia.
Los autos, pasaban a su lado, enloquecidos. Valentín, sabía que a estas calles jamás las volvería a ver, pero todo era rutina, como siempre, excepto para él.
La gente,  apresurada, en medio de la  mañana. ¿Quién sabe dónde van? y sobretodo, ¿a qué, para qué?.
El sol, se hacía sentir con sus tentáculos que lo abrazan todo, calentándolo  como el mismísimo infierno.
En la terminal, adquirió un boleto para viajar a Córdoba, pero olvidó la localidad de la provincia donde  el terruño y la nostalgia  ahora lo convocaban; de tal manera que  después de 10 horas de viaje, arribaba a la Ciudad  de Córdoba.
Sólo, vestía un pijama de dormir. Confuso, entre la gente, fue observado por la policía quien lo trasladó a la comisaría más cercana. Allí, después de tranquilizarse un poco,  pudo  explicar la razón de su destino y de los casi cien mil pesos y algunos dólares que llevaba, era la  ciudad  de Marcos Juárez  a 260 Km. al sudeste de la provincia, ya que allí había nacido y vivido hasta los veinte y picos de  años. Ahora, señaló, voy a comprar una pequeña casita y allí esperaré la muerte, donde nací y pasé mis mejores tiempos. Uno es,  del lugar  donde vivió la infancia,  dijo.
La policía, dio aviso a la familia en Buenos Aires y lo alojó en un pequeño hotel cercano.
Dos días después, Valentín  partía definitivamente de tierras cordobesas a las que añoraba, pero a las que jamás regresaría. La memoria había borrado a Marcos Juárez, quizás para siempre.
Parece ser  que a la edad de Valentín, los planes, aun  más secretos, también fallan.

Publicado  en el libro homólogo por la editorial.”Las Tres Lagunas”-Enero de  2010-Derechos absolutamente reservados-

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