domingo, 27 de marzo de 2011

BOSQUES







Si hay algo bello en este mundo, son los bosques. Árboles de una misma especie que juntos se elevan hacia el cielo azul en busca de luz para alimentarse.
Un monte de paraísos en flor, de un liláceo único y de un aroma inconfundible, me remitió a mis primeros días escolares. Entonces, cerré los ojos y los árboles se transformaron en lápices de colores, reemplazando sus troncos rugosos clavados en la tierra.
He visto los bosques de lengas en otoño, sus pequeñas hojas se vuelven de un rojo intenso. Allí, comprendí la idea del color.
He estado en medio de un bosque de cohiues en la Isla Victoria. Allí, mientras el sol se filtraba en lo alto de sus copas, descubrí el significado del término paz.
Un día, hallé un conjunto de álamos plateados, fue cuando comprendí el significado de la pureza.
En Bariloche,  pude observar el místico bosque de arrayanes, no es más que un bosque de árboles comunes, sin la corteza. Entonces, imaginé a la gente desnuda, y a través de ellos comprendí el término intimidad.
Un día observé un bosque de pinos. Había varias especies juntas. Alguien en el grupo manifestó que con ellos se hace la pulpa para elaborar papel. Entonces, cerré los ojos una vez más y los imaginé como si fueran libros.
En otra oportunidad, me acerqué a un bosque de cipreses patagónicos, enorme variedad de pinos que apuntaban a lo alto, en medio de un ambiente tranquilizador, fue allí cuando deduje el origen del silencio.
Por último. Una vez, observé un bosquecillo de cerezos en flor, de un fucsia que sólo la naturaleza puede ofrecer; entonces comprendí el significado de poesía.


Hugo Peyrach.
“Poética”.
9 de septiembre de 2007

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